Rosas

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viernes, 5 de mayo de 2017

Belgrano

Por Carlos del Frade
 
Belgrano es un desconocido. Su muerte en la pobreza fue la consecuencia de sus ideas y hechos políticos y económicos que siempre estuvieron en contra de las minorías que mantuvieron las relaciones carnales con el imperio del siglo XIX, Gran Bretaña. Por eso lo dejaron aislado y en la miseria. Después inventaron un prócer subordinado a ese proyecto de país dependiente. Pero el verdadero Belgrano es un necesario compañero para estos tiempos. De allí la necesidad de ver y analizar sus banderas. Esas que sirven para transformar el presente y luchar por un futuro mejor para los que son más en estos arrabales del mundo.
El político de la revolución
“… El vestido de los héroes de la patria, siempre tirados y siempre en trabajos y poco menos que desnudos”, escribió don Manuel en una de sus 370 cartas reunidas en el llamado Epistolario Belgraniano, recientemente editado.
El párrafo hace mención a sus compañeros de armas. Los describe como héroes de la patria. Son anónimos. Pero ellos son los héroes. Los protagonistas de la historia.
Para Belgrano, entonces, el sujeto social son las masas anónimas, las que combaten en el interior en pos de una nación americana.
“Llora la guerra civil y destruidora en que infelizmente está envuelta la América”, se lamentaba el dirigente que había sido educado en España en medio de las privaciones económicas propias y las de toda su familia. Se recibió de abogado, volvió y a los 24 años ya era secretario del consulado en Buenos Aires.
Ya estaba “hecho”, según el malversado sentido común de estos tiempos.
Sin embargo repetirá una y otra vez un concepto político existencial desmesurado. Una infranqueable intransigencia contra toda forma de corrupción.
“Ofrezco a VE la mitad del sueldo que me corresponde, siéndome sensible no poder hacer demostración mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de aquel, pero en todo evento sabré también reducirme a la ración del soldado, si es necesario, para salvar la justa causa que con tanto honor sostiene VE”, dijo e hizo el abogado economista transformado en militar.
“No quiero pícaros a mi lado…Lo mismo es morir a los cuarenta que a los sesenta, no me importa y voy adelante, quiero volar, pero mis alas son chicas para tanto peso”.
¿Cuál era el vuelo que quería remontar Belgrano?
¿Qué cielo imaginaba para esas masas miserables que lo seguían?
¿Por qué le achicaron las alas al general?
Dice y repite que en las revoluciones “los que las intentan y ejecutan, trabajan las más de las veces para que se aprovechen los intrigantes…es la época de aprovecharse”. Pero él no se aprovechó. Estuvo siempre a la orden de los distintos gobiernos que se hicieron cargo de un país todavía enemigo de si mismo. De una colonia que quería cambiar de dueño y formar parte, relaciones carnales mediante, con la potencia hegemónica de entonces, Gran Bretaña.
“Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda…”, confesó y fue fiel a esas palabras.
Palabras refrendadas con hechos
Palabras de un político refrendadas con hechos.
Compromiso. Como así se le llamaba a la coherencia en los años setenta del siglo XX también en estas tierras de América latina.
Un compromiso que lo llevaba a la locura.
En Vilcapugio, Belgrano estaba “parado como un poste en la cima del morro, con la bandera en la mano, parecía una estatua”, narran los historiadores. Allí estaba, en medio del desbande, sosteniendo la bandera por la que había sido juzgado.
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¿Por qué ese hombre que había logrado un difícil, pesado y fatigoso ascenso social se exponía a la muerte en un sucio campo de batalla?
También sostienen los cronistas oficiales que Belgrano, en la retirada de Vilcapugio, se ubicó en la retaguardia y cargó un fusil y cartuchera de un herido.
Estaba cargado de ideas y proyectos. Enamorado de un país inventado en las mesas de cafés clandestinos antes de que estallara el 25 de mayo.
“Crea V que es una desgracia llegar a un país en clase de descubridor”, dijo en una clara demostración de inteligencia y modestia. Allí se juega el destino de sus sueños. Las ideas de un grupo de una incipiente clase media que tomó el cielo por asalto y que no entendía que allá lejos, a través de ríos y pampas, allá en el interior, se pensaba y se creía en otras cosas. Será un choque para Belgrano, Castelli y los otros revolucionarios. Eso es lo que connota esta primera impresión de Don Manuel cuando se entrevista con la gente de carne y hueso del país que tendrá que descubrir. “Esta gente son la misma apatía; estoy convencido de que han nacido para esclavos”, dijo.
Repitió en abril de 1818: “todo es país enemigo para nosotros, mientras no se logre infundir el espíritu de provincia, y sacar a los hombres del estado de ignorancia en que están, de las miras de los que se dicen sus libertadores, y de los que los mueven para satisfacer sus pasiones”.
Diez años de guerra continua en favor del proyecto de la revolución de Mayo lo llevaron a enfrentarse con Artigas aunque sostenía sus mismas ideas políticas y económicas.
La revolución belgraniana
Pero hay un momento de la transformación de la acción política en Belgrano.
El 15 de julio de 1810 escribió los nueve puntos básicos para la Primera Junta de Gobierno surgida del 25 de mayo.
Es necesario un plan que “rigiese por un orden político las operaciones de la grande obra de nuestra libertad”.
Allí describía el cuadro de situación heredado del Virreynato: “Inundado de tantos males y abusos, destruido su comercio, arruinada su agricultura, las ciencias y las artes abatidas, su navegación extenuada, sus minerales desquiciados, exhaustos sus erarios, los hombres de talento y mérito desconceptuados por la vil adulación, castigada la virtud y premiados los vicios”.
Ese documento se la base del Plan de Operaciones de Mariano Moreno, a la sazón nombrado como secretario de la Junta. Agosto de 1810. Moreno, entonces, a sugerencia de Belgrano, es el encargado de redactar el programa político y económico que le dará encarnadura al invento de 162 personas que el 25 de mayo decidieron hacer un nuevo país y separarse de España.
Moreno escribirá el “Plan de Operaciones. Que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia”.
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Para la junta era vital el proyecto, el horizonte hacia donde marchar.
La situación no podía ser peor: “En el estado de las mayores calamidades y conflictos de estas preciosas provincias; vacilante el gobierno; corrompido del despotismo por la ineptitud de sus providencias, le fue preciso sucumbir, transfiriendo las riendas de él en el nuevo gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, quien haciéndose cargo de la gran máquina de este estado, cuando se halla inundado de tantos males y abusos, destruido su comercio, arruinada su agricultura, las ciencias y las artes abatidas, su navegación extenuada, sus minerales desquiciados, exhaustos sus erarios, los hombres de talento y méritos desconceptuados por la vil adulación, castigada la virtud y premiados los vicios…”, describieron los integrantes del gobierno provisional el 18 de julio de 1810.
Moreno define la revolución como un proyecto sudamericano: “El sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”.
Para el secretario es necesario modificar la estructura social: “tres millones de habitantes que la América del Sud abriga en sus entrañas han sido manejados y subyugados sin más fuerza que la del rigor y capricho de unos pocos hombres”. Moreno sabe que los privilegios deben ser suprimidos si en verdad se quiere crear “una nueva y gloriosa nación”, como dirá más tarde una de las estrofas mutiladas del Himno Nacional.
Es la misma idea de Belgrano cuando dice que “las tres quintas partes de la población y territorio del antiguo virreinato, escapan a nuestro control; la plata del Alto Perú, bloqueada por la insurrección del Mariscal Nieto, resulta vital para las finanzas; representan el 80 por ciento de las exportaciones de la capital. Además los españoles europeos siguen conspirando. Nuestro país es inmenso y despoblado; tal es su presente; sólo le queda acechar como un tigre, un futuro que sin duda será de grandeza”.
Por ello Moreno quiere insuflar de decisión política al nuevo estado para que sea herramienta de distribución de riquezas: “qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidar el estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aún cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco mil o seis mil mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios, y demás establecimientos en favor del estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos”.
Y agrega que “si bien eso descontentará a cinco mil o seis mil individuos, las ventajas habrán de recaer sobre 80 mil o 100 mil”.
Un estado que arbitre lo necesario para cumplir el objetivo de la política, según el propio Moreno, que es “hacer feliz al pueblo”. Un estado que vuelque su poder en favor de las mayorías y en contra de los intereses minoritarios.
Con un proyecto de desarrollo del mercado interno y proteccionista de su comercio y su industria: “se pondrá la máquina del estado en un orden de industrias lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos”.
El futuro del país pensado por Moreno “será producir en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus habitantes”.
Durante una década no habrá interés particular por sobre las necesidades del estado revolucionario: “se prohíbe absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando al arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la nación, y esto por el término de diez años, imponiendo pena capital y confiscación de bienes con perjuicio de acreedores y de cualquier otro que infrigiese la citada determinación”.
Repite su cuestión de estado a favor de una igualdad garantizada desde el poder: “las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado”.
No era solamente una advertencia sobre aquel presente, sino una profecía para los tiempos que vendrían.
El 4 de marzo de 1811 Moreno fue envenenado frente a las costas brasileñas y junto a su cuerpo también desapareció la voluntad política de generar y sostener un estado revolucionario.
La metáfora del cuerpo del revolucionario sumergido y desaparecido en el Atlántico es un macabro prólogo de lo que sucedería en los años setenta del siglo XX con aquellos que intentaban un cambio estructural en la sociedad argentina.
La cuestión educativa
“Ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensar con dinero sino degradarlos; cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que estas son un escollo de la virtud que no llega a despreciarlas, y que adjudicarlas en premio, no sólo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por general objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado…he creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras”. Esas escuelas, aún en pleno año 2001, todavía no fueron construidas.

Ese es el tamaño de la hipocresía de la historia oficial argentina.
La exacta dimensión de cuatro edificios escolares ausentes en el norte argentino.
A principios del siglo XIX, Belgrano periodista escribía que “uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin, son las escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podían dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reine este, decae el comercio y toma su lugar la miseria”. Es decir, educación y trabajo garantizados por el estado.
Ricardo Caillet Bois sostuvo que “Belgrano propuso combatir la ignorancia del labrador mediante la fundación de escuelas agrícolas” y criticó “la falta de un comercio activo y de buenas comunicaciones. Aconsejó la rotación y diversificación de los cultivos, y la extirpación de las malezas. De paso señaló la importancia de los abonos y la necesidad de impedir la tala forestal en forma irracional. Abogó por el cultivo del lino y del cáñamo, por el establecimiento de fábricas de curtiembres y como la polilla era el enemigo mortal de los cueros apilados, bregó para que la ciencia hallase la ansiada solución. Con el fin de lograr un mejor nivel de la población campesina se manifestó partidario de las explotaciones agrarias por cooperativas, y de la enfiteusis, adelantándose así en doce años a la realización rivadaviana”.
“Pónganse escuelas de campaña. Obliguen los jueces a los padres a que se mande sus hijos a la escuela. Y si hubiesen algunos que se resistiesen a su cumplimiento, tomen a su cargo los hijos y póngalos al cuidado de personas que los atiendan. Siempre he clamado por la educación. Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más de lo que desgraciadamente somos”.
Lo económico
Un estado al servicio del mercado interno. Agil y capaz de generar educación y trabajo para todos. Dispuesto a introducir avances tecnológicos. Ese es el pensamiento de Belgrano, político economista.
“Los hornos del célebre Rumford, sólo se conocen aquí por Cerviño y Vieytes, que los han establecido para sus fábricas de jabón, y seguramente no debería haber casa donde no los hubiese mucho más notándose la falta de combustible, para lo cual no veo que se tomen disposiciones a pesar de nuestros recursos. Estos habitantes tienen todo su empeño en recoger lo que da la naturaleza espontáneamente, no quieren dejar al arte que establezca su imperio, y tratan de proyecto aéreo cuanto se intente con él”, escribió en septiembre de 1805.
Denunció como periodista del “Telégrafo Mercantil, Historiográfico, Rural y Político del Río de la Plata” a los estafadores del pequeño comerciante de la colonia. “Otro mal imponderable al labrador y a los pueblos, es el de los usureros, enemigos de todo viviente, a estos que tragan la sustancia del pobre y aniquilan al ciudadano, se les debe considerar por una de las causas principales de la infelicidad del labrador, y como mal tan grande, no hay voces con qué exagerarlo”, sostuvo entonces.
El desarrollo del mercado interno era la obsesión de Belgrano: “Es preciso no olvidar que el comercio es el alma que vivifica y da movimiento al Estado, por la importancia de cuanto necesita y la exportación de sus frutos y efectos de industria, proporcionando a los pueblos, la permutación de lo superfluo por lo que les es necesario, y facilitándoles recíprocamente, todas las especies de consumo a precios cómodos y equitativos, y que por este medio los derechos y contribuciones moderadas, ascienden a una cantidad considerable, que siendo suficiente para las atenciones públicas, la pagan insensiblemente todos los individuos del estado”, sintetizó en carta al gobernador de Salta, Feliciano Chiclana, el 5 de marzo de 1813.
Repudiaba la apertura indiscriminada de las fronteras porque “la importación de mercaderías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo y lleva tras si necesariamente la ruina de la nación”. Agregó que “si el mercader introduce en su país mercancías extranjeras que perjudiquen el consumo de las manufacturas nacionales. El estado perderá primero el valor de lo que ellas han costado en el extranjero; segundo, los salarios que el empleo de las mercancías nacionales habría procurado a diversos obreros; tercero, el valor que la materia prima había producido a las tierras del país o de las colonias; cuarto, el beneficio de la circulación de todos esos valores, es decir, la seguridad que ella habría repartido por los consumos sobre diversos otros objetos; quinto, los recursos que el príncipe o la Nación tienen derecho a exigir de la seguridad de sus súbditos”, remarcó.
Analizó que los fenómenos de corrupción dentro del estado son proporcionales a la miseria que padecen las mayorías: “Desengañémonos: jamás han podido existir los estados, luego de que la corrupción ha llegado a pisar las leyes y faltar a todos los respectos. Es un principio que en tal situación todo es ruina y desolación, y si eso sucede a las grandes naciones, ¿qué no sucederá a cualquier ramo de los que contribuyen a su existencia?. Si los mismos comerciantes entran en el desorden y se agolpan al contrabando, ¿qué ha de resultar al comercio?; que se me diga, ¿qué es lo que hoy sucede al negociante que procede arreglado a la ley? Arruinarse, porque no puede entrar en concurrencia en las ventas con aquellos que han sabido burlarse de ella”.

Entiende la necesidad de la distribución de las riquezas cuando escribió que “la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantos manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”.
Pero para lograrlo es fundamental la decisión política desde el estado.
“Nadie duda que un estado que posea con la mayor perfección el verdadero cultivo de su terreno, en el que las artes se hallen en manos de hombres industriosos con principios, y en el que el comercio por consiguiente se haga con frutos y géneros suyos, sea el verdadero país de la felicidad, pues en el se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado, y tendrá los medios de subsistencia y aún otros que le servirán de pura comodidad”, señalaba Belgrano.
Tampoco desconoció el dolor de la desocupación y su huella hacia el futuro: “He visto con dolor sin salir de esta capital una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudas; una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es, la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga alguna más comodidad en su vida. Esos miserables panchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”.
A Güemes le escribió en junio de 1819 una feroz comprobación: “atúrdase V., en la Aduana de Buenos Aires hay depositados efectos cuyo valor pasa de cuarenta millones de pesos; vea V. si lográsemos que se extrajeran para el Interior, como tendríamos los fondos del Estado por derechos cinco millones que todo lo alentarían”. Este párrafo es una profunda denuncia de la concentración de riquezas de parte del estado de Buenos Aires en contra del interior y a favor de un proyecto contrario por el que pelean los mejores hombres, “los héroes de la Patria”, al decir de Belgrano, las mayorías populares, en términos contemporáneos.
Lo cierto que Don Manuel hasta pensó en hacer navegable al río Bermejo, proyecto que hasta ahora, en el crepuscular inicio del tercer milenio sigue siendo una quimera para los argentinos.
En realidad, una clara descripción del movimiento de fuerzas productivas de un país pensado desde adentro en pleno ejercicio del desarrollo del mercado interno para que luego se extienda a otros rubros.
Es el mismo plan de Mariano Moreno, Artigas y San Martín.
El camino por el cual debería sostenerse “la nueva y gloriosa Nación” sobre “la faz de la Tierra”, como dicen los versos nunca cantados del Himno Nacional.
He allí el verdadero proyecto político económico inconcluso. El que todavía no se llevó adelante y que requiere una práctica autónoma y coherente con aquellos deseos incumplidos. En esas ideas fuerzas está la suerte de una Argentina para las mayorías.
De allí que Belgrano también sea parte de la necesaria historia política del futuro.
Urgencias, corrupción y compromiso existencial
“A Dios que el tiempo me apura”, le dijo en una carta a Moreno, el 8 de octubre de 1810. Confiaba convertir un ejército de gauchos en soldados para presentarlos como tales a sus “compañeros de fatigas por la Patria”.
Remató estancias y enfervorizado le indicaba al secretario de la Junta: “Nada, mi amigo. Ya este edificio no viene abajo, Usted como más joven, lo disfrutará tranquilamente, y cooperando con sus conocimientos a su decoración y grandeza”.
Atacó la corrupción y la describió.
“Mi amigo, todo se resiente de los vicios del antiguo sistema, y como en el era condición, sine qua non, el robar, todavía quieren continuar y es de necesidad que se abran mucho los ojos en todos los ramos de la administración, y se persiga a los pícaros por todas partes, porque de otro modo, nada nos bastará. Basta mi amado Moreno, desde las 4 de la mañana estoy trabajando y ya no puedo conmigo”, redactó el 20 de octubre de 1812.
Una y otra vez habla de la corrupción de los dirigentes que ocupan cargos en el naciente estado: “Tomando la máscara de patriotas no aspiran sino a su negocio particular y a desplegar sus pasiones contra quienes suponen enemigos del sistema acaso con injusticia, porque desprecian su conducta artificiosa y rastrera”. Repetía:”No veo más que pícaros y cobardes por todas partes y lo peor es que no vislumbro todavía el remedio de este mal”.
Es un apasionado. Siente bronca, impotencia, grita y sigue adelante.
Se siente empujado por una creencia y tiene ideas políticas y económicas para el futuro.
Por eso dice frases como estas: “En vano se quema uno la sangre”; “dinero y pólvora y vamos adelante”; “la tropa está toda desnuda, después de haber viajado más de 400 leguas, casi siempre con aguas, ni la falta de lienzos, porque estos pueblos se hallan en la mayor miseria”; “tengo al ejército falto de todo”; “que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres y que la justicia es para aquellos”; se queja, arde y exige Belgrano ya transformado en militar, lejos de Buenos Aires, de las comodidades que supo ganarse y a punto de comprobar que la revolución que impulsa lo dejará exiliado en sus propias tierras.
Habla de la “España Americana”, una idea que refuerza la interpretación de que la revolución tenía un concepto liberal contra la dominación napoleónica y que fue antimonárquica y antieuropea. Se funda en la identidad que dio el virreynato del Río de la Plata pero se proyecta continental y autónoma. Por eso insiste en su origen, habla de “los Americanos”.
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“Siempre me toca la desgracia de buscarme cuando el enfermo ha sido atendido por todos los médicos y lo han abandonado: es preciso empezar con el verdadero método para que sane, y ni aún para esto hay lugar; porque todo es apurado, todo es urgente y el que lleva la carga es quien no tuvo la culpa de que el enfermo moribundo acabase”, le dijo a Rivadavia el 30 de junio de 1812. Pero Belgrano seguirá adelante.
“La vida es nada si la libertad se pierde”, le escribió a Gaspar de Francia en enero de 1812, en cuyo texto subordina la suerte individual a la colectiva. “No me atrevo a decir que amo más que ninguno la tranquilidad, pero conociendo que si la Patria no la disfruta, mal la puedo disfrutar yo”, sostuvo Belgrano. Y era cierto.
El por qué de la bandera
“He dispuesto para entusiasmar las tropas y estos habitantes que se formen todas aquellas y hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional, espero que sea de la aprobación de VE”, remitió al gobierno desde Rosario el 27 de febrero de 1812.
“No había bandera y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiese como la Escarapela y esto con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las Naciones del globo, me estimuló a ponerla. Vengo a estos puntos, ignoro como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y, tal vez, enemigos; tengo la ocasión del 25 de Mayo, y dispongo la bandera para acalorarlos, y entusiasmarlos, ¿y habré, por esto, cometido un delito?. Lo sería si a pesar de aquella orden, hubiese yo querido hacer frente a las disposiciones de VE, no así estando enteramente ignorante de ella, la cual se remitiría al Comandante del Rosario y la obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido”, respondió Belgrano a la acusación en su contra por haber inventado la bandera.

“La bandera la he recogido y la desharé para que no haya ni memoria de ella y se harán las banderas del regimiento número seis, sin necesidad de que aquella se note por persona alguna, pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria para el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con lo que se les presente” dijo con amargura y bronca.
“En esta parte VE tendrá su sistema al que me sujeto, pero diré también, con verdad, que como hasta los indios sufren por el Rey Fernando VII y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oir el nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan”, desafía Manuel.
“Puede VE hacer de mi lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación cualesquier padecimiento, pues no será el primero que he tenido por proceder con honradez y entusiasmo patriótico”, remarcó.
“Mi corazón está lleno de sensibilidad, y quiera VE no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia y mi patriotismo apercibido en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores órdenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar, ni en el antiguo sistema de gobierno y mucho menos en el que estamos y que a VE no se le oculta…sacrificios he hecho por él”, terminaba aquella carta del 18 de julio de 1812.
A pesar de haber sido acusado de insubordinación, juzgado en dos oportunidades más por supuesta impericia y perseguido por la indiferencia de Buenos Aires, Belgrano siguió ocho año más bregando por el nuevo país imaginado y soñado en las febriles jornadas de mayo de 1810.
La osadía de haber creado la bandera lo exilió en forma definitiva de los intereses del puerto en relaciones carnales ya con Gran Bretaña.
Su ardiente pasión sería usada para terminar la guerra de la independencia pero sus ideas políticas económicas fueron sepultadas bajo la falsificación histórica y su suerte individual disuelta en la pobreza.
Mitre, sesenta años después, alzaría el pedestal de un Belgrano vacío de contenido, saqueado de sus proyectos y deseos.
Ese es el Belgrano que hay que continuar para que haya futuro en la Argentina.
De eso hablan estas líneas.

Soberanía y respeto para los vencidos
Con respecto a las relaciones con las potencias europeas, Belgrano sugería una posición política abierta pero firme en el concepto de la soberanía.
“Ellas (las naciones europeas) tendrán cuidado de traernos lo que necesitemos, y de buscar nuestra amistad por su propio interés…es preciso hacerse respetar y que se guarde el decoro debido al gobierno; lo demás nos traerá infinitos males: cuando se mande una cosa, o siquiera se diga, es preciso sostenerla aunque vengan rayos, lo demás se reirán de VS y los burlarán”, aconsejó.
No son pocas las cartas en las que Belgrano marca el trato que debe dársele a los prisioneros de guerra. Palabras que vienen bien contradecirlas con los dichos y hechos de los generales que dijeron continuarlo en los años setenta del siglo XX.
“No les falte el alimento precio, tomando las providencias al efecto, del lugar donde deberán parar; que asimismo ningún individuo los insulte sino que sean bien tratados en la carrera toda” , ordenó en la misma línea de pensamiento de San Martín y hasta del propio Chacho Peñaloza que luego sería ultimado de la manera más perversa.
Este Belgrano que no para de reclamar armas y dinero para los suyos, es un político metido a militar que tiene en claro que la soberanía y los gestos cotidianos hacen a la coherencia y al éxito de un proyecto colectivo y estatal.
Semejantes frases también fueron escamoteadas de la historia oficial y del Billiken.
“Soy de la opinión, mi amigo, que hasta las acciones felices en la milicia, deben juzgarse”, sostuvo. Con una concepción de la ética pública distante de los hechos practicados en los últimos treinta años de historia política argentina.
“El ganado no aparece y yo no lo he de arrebatar de los campos, tampoco los caballos que me dice el delegado directorial, y ni pienso tocar uno que no sea venido de ese modo…desengañémonos, nuestra milicia, en la mayor parte, ha sido la autora, con su conducta, de los terribles males que tratamos de cortar”. Era abril de 1819. Un anticipo del saqueo material y humano que se llevó adelante durante el terrorismo de estado entre 1976 y 1983.
El desprecio de Buenos Aires
Un Belgrano que puesto en “descubridor” del país y su gente real, critica los planes hechos desde los escritorios del puerto bonaerense siempre proclive a inclinarse ante lo extranjero y ningunear el interior.
“Para el tratado, que se criticará por los que viven tranquilos en sus casas y discurren con el buen café y botella por delante, mas he tenido en vista la unión de los Americanos y aun de los de Europa, que otra cosa; y si no me engaño me parece que la he de conseguir…Quisiera volar al Interior; pero es mucho lo que hemos sufrido y después de una acción tan reñida hay mucho que componer, mucho que arreglar; por otra parte, el tiempo de aguas nos es muy perjudicial y se me ha enfermado la gente del maldito chucho, bien que no es extraño pues se han padecido aguas, hambres, vigilias y cuanto es consiguiente para haber logrado lo que se logrado”, describió desde Salta, el 28 de febrero de 1813. Su lector era nada menos que Juan José Paso, otro de los 162 que se atrevieron a inventar un país aquel 25 de mayo de 1810.
“Siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los ayes de los infelices heridos; también son esos mismos los a propósito para criticar las determinaciones de los jefes; por fortuna dan conmigo que me río de todo y que hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia, que no busca glorias sino la unión de los Americanos y prosperidad de la Patria”, vuelve a desafiar Belgrano.
El puerto lo desprecia. “De Buenos Aires me apuran, según costumbre, y no quieren creer lo que cuesta cada movimiento del Ejército: ya se ve, están lejos, y no conocen el país, o no lo han estudiado”, escribía en mayo de 1813.
Exigió coherencia pero sabe que su voz será olvidada en un páramo político. Lo usarán pero no llevarán adelante sus ideas. “Si los encargados de la autoridad pública en todos los pueblos no ponen su conducta y los sentimientos de su corazón en concordancia con sus palabras, y si unos destruyen por una parte, al paso que otros edifican por otra, a costa de los mayores desvelos y sacrificios”, apuntó en septiembre de 1813.
Pero Belgrano ya sabía su condena.
Su manera de actuar y pensar, su adhesión permanente al proyecto de Mariano Moreno y su idea de hacer política desde las masas, lo sentencian.
“Nada puedo remediar, nada puedo hacer; y sólo me pongo en las manos de la Providencia por no caer en una desesperación espantosa”, escribió en octubre de 1816. Ya había sufrido un tercer consejo de guerra y comenzaba a ser perseguido por sus amores con Dolores Helguero.
Todavía sufriría cuatro años más de soledad.
“Es preciso revestirnos de paciencia y sufrir la pobreza”, le confesó a Güemes en enero de 1817.
Un año antes de morir, en marzo de 1819, le escribió al hacendado Cornelio Saavedra y se calificó de formar parte de un grupo de “pobres diablos” que andan “en trabajos”. Saavedra lo ignoró.
Su última carta, la del 9 de abril de 1820, es una confesión de derrotas.
Un descenso personal y colectivo. “Nada se de la familia desde que salí de esa, no he podido escribir, por mis males, y porque además, las incomodidades del camino no me lo han permitido…Me he encontrado con el país en revolución…”, dice el texto y luego se pierden las palabras de Belgrano por una rotura del papel.

Ya ni siquiera tiene la bandera de Vilcapugio.
No tiene dinero ni honores. El país que descubrió se hace a imagen y semejanza de los pocos que disfrutaron mientras sus vísceras se enfermaban al conjuro del desprecio de sus ideas políticas y económicas.
Se murió el 20 de junio de 1820. Le pagó a su médico de cabecera con una incrustación de oro que tenía en su dentadura.
El estado nacional conformado después de los años setenta del siglo XIX lo convertiría en un héroe de la abnegación y nada más que eso. Al servicio de la imagen de un político sumiso frente a los militares. Le otorgarán el rango de creador de la bandera pero jamás contarán que era un símbolo para enfrentar la indiferencia. Un símbolo para movilizar a los anónimos en pos de un proyecto nuevo, distinto. Tampoco se dirá que semejante invención mereció la desaprobación y su primer consejo de guerra.
Belgrano fue un político que pensó un país para las mayorías desde un estado que fomentara una economía basada en el mercado interno, la educación, el empleo y la soberanía política en relación íntima con los demás países de América del Sur.
El sujeto histórico para Belgrano eran las masas del interior del país.
Creía en la honestidad y en la ética pública como concepto preliminar para exigir morales individuales. Donó, permanentemente, la mitad de su sueldo.
Nunca renunció a la lucha iniciada en los días de mayo de 1810.
Este Belgrano desconocido, desfigurado por tantas avenidas, bronces, parques y monumentos, es el que necesariamente les habla a los contaminados por la indiferencia que el sistema esparce entre los que son más en estos arrabales del mundo.
No solamente su proyecto es indispensable para modificar el presente, sino también su pasión por transformar las individualidades a partir de la ética y la coherencia de los dirigentes.

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