Rosas

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miércoles, 29 de junio de 2016

Hilario Lagos: Un Soldado Leal a la Causa Nacional de la Federación

POR JORGE MARIA RAMALLO
“Mi Patria y el ilustre general Rozas deben contar con mi lealtad... yo no soy de aquellos que no cumplen lo que prometen a su Patria y a su gobierno; no soy de los que traicionan y se venden...”
Formado en la cruenta disciplina de la lucha constante por la integridad de la Patria, fue Hilario Lagos uno de los más brillantes oficiales que militaron en los Ejércitos de la Confederación Argentina durante la época de Rosas, y en el período inmediatamente posterior a Caseros. 
Nació este bizarro militar en Buenos Aires, el 22 de octubre de 1806, bajo los auspicios de la ciudad recién liberada de los herejes invasores. Desde muy temprana edad se inició en el ejercicio de las armas. Contaba sólo 18 años cuando fue dado de alta como sargento distinguido de la 1º compañía del 2º escuadrón del Regimiento de Húsares de Buenos Aires. A poco fue destinado a la lucha contra los indígenas que asolaban a la Provincia y así participó en los combates de Arroyo Pelado y Arroyo de Luna, a las órdenes del coronel Federico Rauch; y en otras acciones posteriores, bajo el mando del teniente coronel Francisco Sayos y del teniente coronel Juan Izquierdo.
El 27 de octubre de 1825 recibió los despachos de teniente. Poco después, el 31 de agosto de 1826, participó en las operaciones contra los aborígenes en el Puesto del Rey, cerca del Salto. En esa ocasión, el coronel Rauch, en el parte destinado al Comandante General de Armas, se expresaba de esta manera: “Los oficiales subalternos... dieron nuevas pruebas de acreditado valor, distinguiéndose de un modo brillante el porta-estandarte con grado de teniente D. Hilario Lagos...”.
Desde entonces, en menos de un año obtuvo el grado de Capitán. En ese lapso participó en la primera y segunda Campaña de la Sierra de la Ventana, y al regreso de esta última, fue enviado al frente de la primera guerra con el Brasil, donde tuvo oportunidad de asistir al combate de Camacuá, librado el 27 de abril de 1827, en el cual el general Alvear venció al general Barreto.
Luego fue destinado al Salto, de donde se lo remitió al Fuerte Federación (hoy Junín) y, posteriormente, —ya estando Dorrego en el Gobierno de la Provincia—, al Ejército de Operaciones que se aprestaba a reanudar la guerra con el Brasil. Pero no tuvo la fortuna de tomar parte en ninguna acción por cuanto a su llegada al Cuartel General se había firmado la Convención de Paz.  Pasó entonces al Regimiento 3 de Caballería. El 12 de junio de 1829 fue ascendido al grado de sargento mayor y el 9 de febrero de 1830, al de teniente coronel. Meses después, el 10 de abril de 1830, al frente del 1° de Caballería, y bajo las órdenes del coronel Angel Pacheco, asistió al combate del Salado contra los indios de la frontera.
En 1833, cuando el general Juan Manuel de Rosas llevó a cabo, al frente de la División Izquierda su proyectada Campaña al Desierto, Lagos participó de la misma, formando parte de la Plana Mayor del Ejército, luciéndose por su valentía y audacia en las numerosas operaciones que le fueron encomendadas. A tal punto que el historiador Vicente Fidel López ha podido afirmar: “En la Campaña del Desierto realizó proezas increíbles pero indudables y dignas de los héroes legendarios. Era de una bravura tal, que en esta tierra, y en aquellos tiempos de hombres bravos, se comentaban sus hazañas con verdadera admiración. Su honradez y caballerosidad igualaban a su valor’’. Particularmente debe destacarse su participación en la destrucción del famoso cacique Payllarén, que fue el primer gran triunfo de la División Izquierda; y la memorable carga que llevó a cabo contra el cacique Pitrioloncay, el que cayó prisionero luego de un duro combate librado cuerpo a cuerpo.
Al finalizar esta Campaña, de tan importantes consecuencias para la vida de la Provincia, siguió revistando en la Plana Mayor del Ejército, y en 1838, durante el segundo Gobierno de Rosas, fue elevado al gradó de coronel y destinado al Departamento Norte, con asiento en el Fuerte Federación, a las órdenes del general Pacheco. Por esta época participó en la represión de una incursión de los indígenas, al sur de Santa Fe.
Al producirse la invasión del general Lavalle a la Provincia de Buenos Aires, con la protección de los franceses, el coronel Lagos fue incorporado al denominado Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, bajo el mando superior del general Manuel Oribe. Así estuvo presente en la batalla de Quebracho Herrado, el 28 de noviembre de 1840, en la que el ejército unitario fue completamente derrotado. Vicente Fidel López dice al respecto: “En la batalla de Quebracho Herrado él fue quien decidió la victoria de las fuerzas federales, saltando a caballo en medio del cuadro que había formado el coronel Díaz, desbaratándolo, tomando prisionero a este Jefe y tendiéndole al propio tiempo los brazos, felicitándolo por su valor y asegurándole así la vida'’. El coronel Pedro José Díaz, que tal era el aludido, posteriormente se radicó en Buenos Aires, y en ocasión de librarse la batalla de Caseros, se incorporó al ejército de la Confederación, a pesar de ser unitario, batiéndose heroicamente contra los aliados.
De acuerdo con las órdenes de Oribe, a principios de 1841, se dirigió Lagos a La Rioja, Catamarca y Tucumán, en seguimiento de Lavalle, al frente de un ejército de 1.700 hombres, volviendo a reunirse con Oribe en setiembre de ese año. Pocos días después, el 19, se libró la célebre batalla de Monte Grande o Famaillá, en la que Lavalle fue nuevamente vencido, debiendo huir precipitadamente hacia Jujuy. En esta acción, Lagos, que luchó bravamente comandando el ala derecha federal, que debió enfrentar el ala izquierda unitaria a las órdenes del general Pedernera, fue herido (de bala en un pie, por lo cual regresó a Buenos Aires, donde fue recibido por Rosas, quien le facilitó, por medio de su edecán, el general Corvalán, lo necesario para su curación, ofreciéndole inclusive ayuda pecuniaria.
Habiéndose restablecido, a mediados de 1844, fue enviado a Entre Ríos, con una división de ejército, para apoyar a Urquiza, con quien colaboró en todas sus campañas contra los unitarios y sus aliados extranjeros. Así estuvo presente en las sangrientas batallas de India Muerta (27/3/1845), Laguna Limpia (4/2/1846) y Vences (27/11/1847).
En 1850 fue nombrado Jefe Político de Paraná, pero al defeccionar Urquiza de las filas del Ejército de Operaciones, para aliarse con el Brasil en la guerra contra la Confederación Argentina, Lagos en una actitud de insobornable lealtad, se rehusó a seguirlo y presentó su renuncia, pidiendo su pasaporte para trasladarse a Buenos Aires, fundado en “.. .los sagrados deberes en que estoy para con la Patria, y para con el general Rosas, y porque así me lo imponen mis 'sentimientos y mi honor de Americano”.
Una vez en Buenos Aires, recibió el mando do una división de 3.000 hombres, con sede en el Bragado, “...con buenos oficiales y aunada del espíritu que supo imprimirle su jefe prestigioso” al frente de la cual se opuso con todas sus energías al avance del ejército aliado.    Frente a la inacción de Pacheco, o ante sus órdenes contradictorias, Lagos se desespera por oponer una valla al ejército enemigo. “En la expectativa de un enemigo cuya posición no se conocía de fijo, y del probable desembarco de los brasileros que se anunciaba, —escribe Saldías— el coronel Lagos reconcentró en su campo las fuerzas situadas un poco al oeste. Inmediatamente Pacheco le ordenó que las hiciera retirar a sus respectivos acantonamientos. Al día siguiente le ordenó lo contrario, y Lagos, al comunicarle que procedía nuevamente a reconcentrar las fuerzas, no puede menos que decirle con franqueza militar: “Mi Patria y el ilustre general Rozas deben contar con mi lealtad... yo no soy de aquellos que no cumplen lo que prometen a su Patria y a su Gobierno; no soy de los que traicionan y se venden: soy otra cosa: yo sé lo que soy”.
El 31 de enero de 1852, se empeñó en combate con la vanguardia aliada en la cañada de Alvarez. A pesar de la diferencia de fuerzas “dio una brillante carga que contuvo al enemigo, y se retiró en orden sobre el Puente de Márquez”, (Saldías). 
En la noche del 2 de febrero asistió a la Junta de Guerra que convocó Rosas y de la que también formaron parte el general Pinedo y los coroneles Chilavert. Pedro José Díaz, Jerónimo Costa, Sosa, Bustos, Hernández, Cortina y Maza. Al día siguiente, en la batalla de Caseros, el coronel Lagos mandó tres divisiones de caballería del ala izquierda del ejército de la Confederación Argentina.    Después de la revolución del 11 de setiembre de ese mismo año fue desterrado, pero en noviembre regresó al país y fue nombrado Jefe del Departamento del Centro de la Provincia. Se pronunció entonces contra el Gobierno de Buenos Aires, separado del resto de la Confederación, el 1 de diciembre, y puso sitio a la capital. Sobre el sentido de este pronunciamiento, tiempo después afirmaba Antonino Reyes —que actuó a su lado en esa emergencia—. que: “Tocó al coronel Lagos levantar en oposición al aislamiento y a las invasiones del gobierno la Bandera de la nacionalidad y de la concordia argentina”.
Para explicar su conducta, Lagos emitió la siguiente proclama  “Habitantes de la Capital: Tenéis en frente de vuestras calles un ejército de compatriotas, que sólo quieren la paz y la gloria de nuestro país. Son vuestros hermanos, y no dirijáis contra ellos el plomo destructor. No enlutéis vuestras propias familias. Venimos a dar a nuestra querida Buenos Aires, la gloria y la tranquilidad que /c habían arrebatado unos pocos de sus malos hijos. Nada temais de los patriotas que me rodean: el ejército de valientes que tengo el honor de mandar, no desea laureles enrojecidos con la sangre de hermanos. Sólo quiere paz y libertad. El glorioso pabellón de Mayo es nuestra divisa, y nuestros estandartes serán siempre lemas venturosos de fraternidad, y de unión sincera de todos los' partidos. Basta de males y desgracias para los hijos de una misma tierra. Patria y libertad sea nuestro premio.”
Lagos exigió la renuncia del Gobernador Valentín Alsina, el que dimitió el 6 de diciembre, siendo nombrado con carácter interino el Presidente de la Sala, general Manuel Guillermo Pinto, iniciándose de inmediato las negociaciones. El sitio continuó, no obstante, hasta que Urquiza puso fin a las hostilidades, merced a la autorización que le había conferido para el caso el Congreso reunido en Santa Fe.
 El 9 de marzo de 1853 se firmó un tratado que fue ratificado el 14 por el Gobierno de Buenos Aires, pero rechazado por el Director Provisorio, porque contrariaba lo resuelto en el Acuerdo de San Nicolás. El 27 del mismo mes, el general Urquiza instaló su campamento en San José de Flores y asumió el mando en jefe del Ejército Federal Revolucionario, en tanto que las fuerzas sitiadoras quedaban al mando inmediato de Lagos, quien dos días más tarde fue promovido al grado de coronel mayor (general de brigada) de los Ejércitos de la República.
Se reiniciaron de inmediato las acciones de guerra. El coronel John Halstead Coe, al frente de la escuadra de la Confederación destruyó el 17 de abril de 1853 a la escuadrilla porteña, que estaba al mando del coronel Floriano Zurowski. El 25 de Mayo se promulgó la Constitución Federal sancionada en Santa Fe el l9 de ese mes, y Lagos ordenó por un decreto que todos los Jueces de Paz de los distritos provinciales convocasen a los ciudadanos para la elección de diputados a la Convención que debía tratar las leyes dictadas por el Congreso General y al mismo tiempo sancionar la Constitución provincial. Efectuadas las elecciones, el 30 de junio se realizó la sesión inaugural de la Convención, en la que se dio lectura a una extensa nota del general Lagos.
El 8 de julio la Comisión encargada de pronunciarse sobre la Constitución produjo despacho exponiendo el modo viable para restablecer la unidad del país, pero a todo esto, y cuando era ya de suponer la derrota definitiva del círculo oligárquico porteño, el 20 de junio había tenido lugar la vergonzosa traición del jefe de la escuadra federal, quien entregó todas las naves bajo su mando por la suma de 26.000 onzas de oro que recibió, según parece, de manos de Juan B. Peña.     Este hecho fue de fatales consecuencias para los sitiadores, pues redujo considerablemente sus posibilidades de éxito. Por otra parte, el ánimo había decaído entre las tropas al saberse que la nueva Constitución establecía que la ciudad de Buenos Aires sería la Capital de la Confederación, con lo cual la provincia perdía su territorio más importante. A esto se debió principalmente que algunos jefes federales se retiraran de la lucha. El coronel Laureano Díaz entregó su regimiento a los porteños el l9 de julio, y el coronel Eugenio Bustos, que se había batido en Caseros formando parte de las filas de la Confederación, también defeccionó.
Por último, otro acontecimiento contribuyó a hacer aún más crítica la situación para las fuerzas revolucionarias. Al norte de la provincia desembarcó el general oriental José María Flores, quien, en connivencia con el gobierno porteño instó a los habitantes de la campaña a someterse a las autoridades del Estado de Buenos Aires.
Obligado por las circunstancias adversas, Urquiza aceptó entonces la mediación que, a principios de julio, le ofrecieron los representantes diplomáticos de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. El 10 de julio firmó el tratado de San José de Flores con el Estado de Buenos Aires, y el mismo día otorgó a los mediadores la libre navegación de nuestros ríos interiores. El 13 se levantó el sitio. El general Lagos debió exilarse. En represalia fue despojado por el gobierno de Buenos Aires de sus grados militares y se le embargaron todos sus bienes, para responder “a los gravísimos males que ha causado a la Patria.”
El año siguiente, en noviembre de 1854, Lagos luchador infatigable, participó en la intentona de otro denodado jefe federal, el general Jerónimo Costa, el legendario héroe de Martín García, quien invadió la Provincia de Buenos Aires, siendo completamente derrotado en El Tala, el 8 del mismo mes, por el general Manuel Hornos.   Seguidamente Urquiza inició negociaciones de paz que culminaron con el tratado que se firmó en Paraná el 8 de enero de 1855. Pero en el Ínterin, Costa llevó a cabo una nueva campaña en la que fue otra vez abatido, siendo ejecutado ignominiosamente, junto con un número considerable de sus camaradas, en Villamayor.
El 30 de diciembre de 1856, por decreto del general Urquiza, entonces Presidente constitucional de la Nación, le fueron extendidos a Lagos los despachos de coronel mayor de los ejércitos de la Confederación —a los cuales se había hecho acreedor con anterioridad —, con antigüedad al 28 de marzo de 1853.  Un año después, al pasar por la ciudad de Buenos Aires, el gobierno del Estado porteño le ofreció la restitución de su grado, el levantamiento del embargo que pesaba sobre sus bienes, y el pago de los sueldos que se le adeudaban, con la condición de que aceptara ponerse al frente de un ejército destinado a combatir a los salvajes que asolaban con sus depredaciones a los pueblos fronterizos de la Provincia. Pero el general Lagos, con la integridad de conducta y acrisolada lealtad que le caracterizaban, rehusó altivamente al tentador ofrecimiento, “declarando que su suerte estaba vinculada a la de todos los porteños emigrados, sus compañeros de infortunio”.
Por esa época se radicó en Rosario, probablemente con la esperanza de descansar de tantas fatigas acumuladas, pero al enfrentarse nuevamente las fuerzas de la Confederación y el Gobierno de Buenos Aires, Lagos participó en la batalla de Cepeda, el 23 de octubre de 1859, al mando de una división del ejército federal, que concluyó con el completo triunfo de las fuerzas del general Urquiza.
Después de firmado el Pacto de San José de Flores, el 11 de noviembre de ese año, Lagos pudo regresar finalmente a la ciudad de Buenos Aires, donde pocos meses más tarde, el 5 de julio de 1860, fue arrebatado por la muerte, que le llegaba al cabo de una vida consagrada al heroico sostenimiento, sin claudicaciones, de una convicción inconmovible.



1 comentario:

  1. Hay que hacer hincapie que el que recibio las 26.000 onzas de oro del traidor Peña, fue el marino estadounidense John Halstead Coe. Esto demuestra la falacia que difundieron y difunden hasta el hartazgo los ingleses y norteamericanos, acerca de su etica inquebrantable y la facil corrupcion de España, Portugal, Italia y sus naciones hijas como Argentina.

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