Rosas

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viernes, 17 de junio de 2016

"Sables que dividen una cabeza como un melón"...granaderos

Por Eduardo B. Astesano

SABLES QUE DIVIDEN UNA CABEZA COMO UN MELÓN
La práctica de los primeros encuentros militares probó la superioridad del sable sobre la lanza con que se armó a los primeros escuadrones de granaderos que marcharon al norte. De allí surgió la preocupación de San Martín por enseñar su manejo, sus actitudes y su teoría. El efecto que produjo el sable de los granaderos desde su primer encuentro en San Lorenzo fue terrible, elevó la moral de ellos; deprimiéndola en los realistas, ya por sus cargas disciplinadas como por la pujanza de sus brazos, que muchas veces y en tantas ocasiones comprobaron la veracidad de las palabras de San Martín, que con esa arma formidable, podían cortar la cabeza de los godos como si fueran melones, y así lo hicieron. Digno ejemplo para el soldado fue el formidable tajo que, montado en pelo, da el capitán Necochea al soldado realista que se adelantó al escuadrón del comandante Vigil en el Tejar. La impresión que a las tropas realistas había producido el sable de los granaderos a caballo, los había transformado en prudentes, con la sola aparición de un pequeño grupo de éstos.  Cuanto se tuvo que hacer para alcanzar esta superioridad técnica en las grandes batallas de la liberación de Chile y Perú podrá adivinarse en la descripción de los primeros pasos. El teniente Manuel Hidalgo, enviado en 1813 a Santa Fe con 38 granaderos, llevaba sólo machetes como única arma, “impropia para esta clase de soldados”. Sólo cuando llegaron a Concepción del Uruguay lograron reunir “28 sables de latón de varios paisanos”.   En este aspecto técnico se enfrentaron la técnica inglesa y la española. 
Con motivo de la batalla de Chacabuco, uno de los jefes españoles, el general Quintanilla, envió un informe a España en el cual aclara la importancia del sable para la caballería: “Los sables y tercerolas que tenía la caballería realista eran malísimos pues por el prurito o sea la aversión de no comprar sables ingleses; así como armas de fuego extranjeras, se fabricaban en el parque de artillería de Santiago, y eran inútiles y de tal temple que los más fueron hecho pedazos en la carga anterior así como las tercerolas que se descomponían con la mayor facilidad. Esta ventaja de la caballería patriota hacia innumerable su superioridad sobre la realista”.    Las dificultades para armar tantos soldados en tan corto lapso y la imposibilidad de resolver el problema por la vía de la importación originó el nacimiento de la fabricación local, nativa, de sables y espadas, que se inicia probablemente en los talleres de la maestranza del Parque de Artillería, situado detrás del cuartel de Retiro hasta el año 1813, en que fueron trasladados a la casa de don Antonio García en la plaza del Temple.   En realidad, la primera manufactura (“fábrica”, como se decía entonces) de armas blancas que pudo alcanzar tal nombre, fue organizada como una exigencia de las necesidades del ejército del Alto Perú en la población de Caroya, situada a unos 50 kilómetros al sur de la villa de Jesús María, elegida por las acequias que, viniendo del arroyo Ascochingas, proveían de agua al acueducto que las llevaba al taller. En 1812 Belgrano escribe a Bs As pidiendo 200 espadines, espadas o sables para los sargentos y recomienda la fabricación de los mismos en el propio Buenos Aires. Meses más tarde solicitaba ya que se enviara a Tucumán a don Manuel Rivera, para encargarlo de la fá­brica de armas que se proyectaba. No existen muchos antecedentes sobre el tal Rivera. Parece que era un español que pertenecía durante la colonia al Real Cuer­po de Artillería, donde actuaba como maestro mayor de armeros. La cuestión fue que llegó de Buenos Aires seguido luego por un cargamento con las instalaciones.   Así nació en Córdoba el taller levantado en el con­vento jesuítico de Caroya, en donde subsisten todavía restos del pozo de temple y acueductos del agua. El mismo se desarrolló como una verdadera manufactu­ra, contando con la labor de 16 herreros, 46 peones, 6 carpinteros, 6 albañiles, 6 bronceros, además de otras especialidades. Con este plantel humano se puso en movimiento la empresa, que funcionó hasta el año 1817, fecha en que sus elementos técnicos se concentraron en Buenos Aires.   “De Caroya salieron espadas, sables y lanzas para los ejércitos de San Martín, Belgrano y Rondeau, que se utilizaron en todas las batallas de aquella época, en el Perú, Chile, la Banda Oriental y en la República mis­ma; sables —para volver a citar las palabras de San Martín: «capaces de dividir una cabeza enemiga como un melón»—, iguales en temple y poder cortante a los mejores de España.”

EL BENEFICIO DEL SALITRE
En carta enviada por el Libertador a Pueyrredón se pone en primer plano el problema de las balas y la pólvora en el esquema general de sus campañas: “Reducido a municiones todo el plomo y la pólvora venido a esta capital, sólo tenemos la existencia de trescientos sesenta mil cartuchos de fusil a bala. Ahora, pues, necesitándose por un cálculo ínfimo seiscientos ochenta mil tiros a razón de doscientos por hombre para tres mil infantes y ciento ochenta por ochocientas plazas de caballería, nos resulta un déficit de trescientos veinte mil cartuchos en solo esta clase de municiones”. Los puertos o el país si aquéllos fallaban, tenían que resolver el problema antes de iniciar las campañas. La producción de pólvora fue encarada desde el primer momento de la revolución, ordenándose en noviembre de 1810 la instalación de una fábrica en la ciudad de Córdoba bajo la dirección del teniente coronel don José Arroyo, hasta principios de 1812, en que fue nombrado en su reemplazo don Diego Paroissien, quien redactó por ese tiempo unas instrucciones que fueron revisadas por Monasterio para que sirvieran a “los particulares que ya sea por especulación o por patriotismo quieran ocuparse en hacer o beneficiar el salitre.  En la renovación manufacturera de Cuyo producida durante el tiempo en que se preparaba el ejército libertador, la fábrica mejor organizada fue, evidentemente, la de pólvora y salitre establecida por el Mayor D. José Álvarez Condarco, cuya producción alcanzó un rendimiento suficiente para cubrir las necesidades.    “La elaboración interesantísima de la pólvora, no puede tener los progresos que piden nuestras apuradas circunstancias por carecer la fábrica de competente número de brazos. V. S. que distingue esa necesidad y la exigencia con que ha de repararse: espero se sirva proveer a ella, sacando de entre el vecindario diez peones por vía de un repartimiento, los cuales deberán entregarse al director de élla, sargento mayor don José Antonio Alvarez.”  San Juan y La Rioja aportaban el plomo. Una carta del gobernador de San Juan revela este otro aspecto de la fabricación de municiones: “El gobierno tiene remitidos a usted todos los útiles necesarios para la extracción del plomo. Tan imperiosa es la urgencia de este artículo, que sin él se harían inútiles nuestros esfuerzos para la reconquista de Chile”.   La minería riojana ocupó también su lugar. “El ejército en estas provincias debe aprontarse de todo si ha de abrirse la próxima campaña sobre Chile, en este concepto y necesitándose cincuenta quintales de plomo para balas y trescientas suelas para monturas y carruajes; y otros artículos que sólo esa provincia nos puede servir con el mejor efecto”.  En cuanto a las cantidades de piedras de chispa utilizadas se anotan también en los documentos 20.000 piedras de chispa se necesitan en Mendoza, 60.000 piedras de chispa” en el cuartel de Santiago de Chile, 4.000 piedras de chispa para fusil, 2000 piedras para carabina” en Mendoza, “300.000 chispa de toda arma”.

LA MANUFACTURA DE FUSILES Y CARABINAS
Excede a los límites de este trabajo determinar exactamente la cantidad de armas de fuego portátiles utilizadas en las distintas campañas por los ejércitos libertadores. Anotamos solamente para dar una previa visión de conjunto las cantidades fijadas en los inventarios que reproducimos“2.000 fusiles con sus fornituras que llevó sobradamente el ejército de los Andes”, “siete mil aujetillas de fusil”, “cinco mil fusiles con bayonetas completas y cinco mil fornituras completas”, en Chile, “fusiles nuevos encajonados, 300”, en Curimón, “fusiles, 1.200” en Santiago, “trescientos fusiles, cien llaves de fusil, antepuesto de piezas para quinientos fusiles” en Mendoza, “cien fusiles de primera con bayonetas, cien fusiles de segunda con bayonetas, cien carabinas” en Mendoza.
Para cubrir tales cantidades se contó siempre con el aporte venido del exterior y que aparece continuamente en la correspondencia militar de San Martín. Así, por ejemplo, citamos la siguiente nota:
“En carretas de don Juan Francisco Delgado han llegado los nuevecientos fusiles y demás artículos de guerra que de superior orden se sirvió usted remitir a este ejército e indica la razón inclusa en su oficio del 24 del próximo pasado, a que contesto en que también acompaña el conocimiento del poderista de Delgado.”
Sin embargo, no es este aspecto el que deseamos destacar. Nos interesa, sobre todo, poner aquí de relieve el esfuerzo nacional orientado por San Martín para suplir también en este aspecto, sobre la base de una organización manufacturera, las necesidades de fusiles y pistolas, contando con los pocos elementos técnicos y humanos que la sociedad de entonces podía ofrecer. Consideramos por eso que el paso más difícil de esa incipiente industria metalúrgica apenas desprendida de la labor manual de artesanía fue el de la fabricación de fusiles iniciada en los primeros días de octubre de 1810, fecha en la cual se midió “el hueco de Zamudio” situado probablemente en la esquina de las actuales calles Lavalle y Libertad en Buenos Aires, para edificar allí una fábrica de fusiles, encargando al diputado por Santa Fe, don Francisco Tarragona, su construcción y organización, contando quizás con su experiencia industrial adquirida en su fábrica de jabones de su ciudad natal.  “La planta de la fábrica fue modesta en su iniciación, Tomás Heredia, el primer operario fundió cazoletas y construyó llaves de fusil, no tenía donde colocar sus herramientas en «una pieza estrecha que habían edificado para cocina con todo el techo cayéndose ... », pero a partir de la designación de Matheu empezó a ser objeto de atención.. En febrero de 1813 se construyó un edificio de 15x4 1/3 varas para los maestros alemanes.
Holmberg, con su acostumbrada energía, durante su corto paso por la fábrica impuso una férrea disciplina de trabajo y realizó interesantes mejoras. Aumentó el número de fraguas de ocho a veinte, utilizando, para accionar sus fuelles a «veinte de los malos presidiarios».  Construyó un un edificio de «catorce varas de cuadro» para una nueva instalación de la máquina de taladrar cañones de fusil y tubos de bayonetas, a fin de poder moverlas con mulas, trabajo que hasta entonces realizaban los  esclavos.    La empresa marchó desde sus comienzos como una verdadera manufactura formada con el aporte de los pocos armeros, plateros, herreros, carpinteros, hojalateros, fundidores y artesanos radicados en la ciudad, quienes laboraban en los comienzos las distintas piezas con arreglo a tarifas determinadas.
Luego fue tomando cuerpo aumentándose el personal de la fábrica. Trabajan a jornal: 5 oficiales de fragua, 12 llaveros y compositores, 5 llaveros, 12 limadores, 2 bronceros, 7 cajeros, 1 carpintero, 1 banquetero, 6 mojadores, 4 en la máquina de taladro y 8 esclavos. Además pertenecían a la misma 1 maestro mayor, 1 mayordomo y 1 contador. En total 67 personas con un gasto semanal en sueldos y jornales de 568 pesos; en septiembre del mismo año trabajaban 144 y se invertían 1.104 pesos.
Se contrataron también especialistas en Inglaterra, entre los cuales estaban Juan Jorge Frye, Fernando Lamping, Carlos Persis y Jaime Chic. Los dos primeros, maestros alemanes con carta de ciudadanía inglesa, “fabricantes de armas y maquinistas” establecidos en Londres, llegaron a Buenos Aires en enero de 1813 para establecer una fábrica de armas en la capital y otra en Tucumán; sin embargo, fueron empleados como simples maestros hasta noviembre del mismo año, en que se les expidió despacho de maestros armeros principales.  Hasta agosto de 1811 la producción fue variada: 17 alabardas, 827 baquetas, 705 bayonetas, 2 carabinas, 238 chuzas, 826 pares de estribos, 12 fusiles, 6 pistolas y todas las herramientas y máquinas necesarias para montar la fábrica, pero a partir de esa fecha se fue acrecentando la fabricación de fusiles, carabinas, tercerolas, pistolas, bayonetas y baquetas, llegando en 1813 a producir una media mensual de 10 fusiles y 170 bayonetas.   La manufactura nacional se amplió en este aspecto a los diversos elementos componentes del arma, como lo revela una nota: “Siendo demostrada la necesidad de cubrellaves para la conservación del armamento, especialmente en un país lluvioso como Chile (si vamos a él) y no pudiendo construir aquí el grueso de los que se necesitan, así por la escasez de materiales, falta el numerario, como de artistas para la multiplicación de labores, que cargan la maestranza, he creído oportuno se sirva V. S. hacerlo así presente al gobierno para que se digne disponer la construcción en esa capital de tres mil de ellos por el modelo que dirijo a Y. S. en inteligencia que los restantes se construirán en esta ciudad.” 
Cerramos este análisis anotando que no debian ser tan inferiores las armas de fabricación nacional, elaboradas con materia prima y bajo la dirección de técnicos extranjeros, cuando corresponde a ellas producir el obsequio con que el Superior Gobierno de Buenos Aires premiaba a San Martín por uno de sus triunfos.

“Después de las altas consideraciones a que tan dignamente se ha hecho Y. S. acreedor entre los amantes de la libertad en la gloriosa campaña que acaba de traernos la restauración de ese estado, he creído justo y necesario en prueba de la gratitud de este gobierno a las fatigas y esfuerzos heroicos de V. S., disponer la pronta construcción de un par de pistolas en la fábrica de esta capital, que se le remitirá oportunamente con un sable, para que a nombre del gobierno supremo lo ciña Y. S. en defensa de los sagrados derechos de la América del Sur, gloriosamente sostenidos en ese precioso suelo, por el honor y virtudes de V. S.” (Pueyrredón a San Martín)

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