Rosas

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miércoles, 3 de mayo de 2017

El odio "libertador": Eva Perón. Un cadáver secuestrado, ultrajado y desterrado

Por Sergio Rubín

El cuerpo de Eva Perón, robado de la CGT por la Revolución Libertadora, estuvo casi 16 años oculto. Catorce, en un cementerio de Milán con un nombre falso. En 1971 le fue devuelto a Perón.
Fue uno de los secretos mejor guardados de la historia argentina. En torno a él se creó una macabra leyenda que mezcló realidad con ficción. Durante casi 16 años los argentinos se preguntaron adónde estaba el cuerpo de Eva Perón.
La historia arrancó la noche del 23 de noviembre de 1955, dos meses después de la Revolución Libertadora, cuando un perturbado teniente coronel Carlos Moori Koenig, por entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), al frente de un comando, irrumpió en la sede de la CGT. Presuroso, se dirigió al segundo piso, donde estaba depositado el cuerpo. Y, en presencia de un aterrado Pedro Ara, el célebre embalsamador del cadáver, que temía por la integridad de su obra maestra, retiró los restos y se perdió en la oscuridad. Desde entonces poco se sabría del destino del cuerpo hasta su devolución a Perón, en 1971, en Madrid.
Con todo, algunos sorprendentes avatares del destino del cadáver trascendieron. Porque Moori Koenig, desoyendo la instrucción del presidente Pedro Eugenio Aramburu de darle cristiana sepultura (léase enterrarlo clandestinamente), sometió en los primeros meses al cuerpo a un insólito "paseo" por media ciudad de Buenos Aires en el furgón de una florería. Insólitamente intentó sin éxito dejarlo en una unidad de la Marina —la fuerza más antiperonista— y lo depositó en el altillo de la casa de su segundo, el mayor Arandía. En una noche de horror, creyendo que la resistencia peronista había entrado a su casa para llevarse el cuerpo, Arandía mató a tiros a su mujer embarazada.
Moori Koenig tenía locura con el cadáver. Llegó a parar el féretro en su despacho y manosearlo, entre otras bajezas. Se dedicó, incluso, a mostrárselo a sus visitantes. Hasta que uno de ellos, la recordada cineasta María Luisa Bemberg, corrió espantada a comentarle el hecho a su amigo, jefe de la Casa Militar, el capitán de navío Francisco "Paco" Manrique.
El dato llegó a oídos de Aramburu quien, consternado, dispuso el relevo de Moori Koenig y colocó en su lugar al coronel Héctor Cabanillas, que debía cumplir con la orden de darle cristiana sepultura. Pero nadie en el Gobierno tenía un buen plan.
Para colmo, cerca de donde estaba el féretro, aparecían fotos de Evita y velas, que confirmaba que los peronistas conocían su paradero. Consciente del problema, el jefe del regimiento de Granaderos a Caballo, el teniente coronel Alejandro Agustín Lanusse, con la ayuda del capellán de la unidad y amigo, Francisco "Paco" Rotger, diseñó un plan para ocultar el cuerpo con la colaboración de la Iglesia. Lanusse, un militar osado y ambicioso, deseaba complacer a Aramburu, a quien admiraba. Y, de paso, sacar de circulación el principal emblema peronista. Rotger diría que quería salvar el cuerpo ante la amenaza de su destrucción.
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El plan —revelado con minuciosidad por una investigación de Clarín de 1997— consistía en el sigiloso traslado del cuerpo a Italia y su entierro en un cementerio de Milán con un nombre falso. La clave era la participación de la Compañía de San Pablo —comunidad religiosa de Rotger—, que custodiaría la tumba. Su intervención tenía la ventaja de cortar prácticamente todos los caminos que condujeran al cuerpo. Pero tenía un doble desafío para Rotger: que el superior general de los paulinos, el padre Giovanni Penco, ayudara; y que el papa Pío XII no se opusiera.
En pos de estos objetivos, Rotger viajó especialmente a Italia. Luego de largos conciliábulos, que estuvieron al borde del fracaso, el sacerdote obtuvo luz verde. A su regreso al país, Cabanillas puso en marcha el llamado Operativo Traslado. Cabanillas sabía que los peronistas andaban cerca y también se dedicó, aunque respetuosamente, a cambiar permanentemente de lugar el féretro hasta que fue embarcado en el buque "Conte Biancamano" con destino a Génova.
El féretro fue llevado por el oficial Hamilton Díaz y el suboficial Manuel Sorrolla. En el puerto italiano, lo esperaba el propio Penco. El cadáver —bajo el nombre de María Maggi de Magistri— fue enterrado en el cementerio Mayor de Milán (equivalente a Chacarita). Penco le encargó a una laica consagrada, Giussepina Airoldi, que le llevara flores, según le dijo, a "una bondadosa mujer italiana que había muerto en la Argentina a raíz de un accidente automovilístico y deseaba ser enterrada en su tierra natal". Airoldi cumplió puntillosamente con el cometido durante 14 años.
En aquellos casi tres lustros, sólo Cabanillas sabía exactamente dónde estaba el féretro. La cuestión del cadáver volvió a tomar vigencia a mediados de 1970 cuando los Montoneros, en su sangriento debut, secuestraron a Aramburu y exigieron la aparición del cuerpo de Evita. Cabanilas se movilizó para devolverlo, pero no llegó a tiempo: el ex presidente fue asesinado. Al año siguiente, siendo ya Lanusse presidente, inició el deshielo con el peronismo y, como gesto, devolvió el cuerpo a Perón.  Rotger debió entonces viajar a Milán para conseguir la colaboración del nuevo superior general de los paulinos, el padre Giulio Madurini —Penco había muerto en 1965—, lo que obtuvo. Prontamente, Cabanillas y Sorolla viajaron a Italia —ahora los Montoneros y el secretario general de la CGT José Ignacio Rucci estaban cerca de dar con la tumba— para cumplir con el denominado Operativo Devolución. El cuerpo fue exhumado el 1° de setiembre de 1971, llevado en un furgón a España y entregado a Perón en Puerta de Hierro dos días después en presencia de su tercera esposa Isabel Martínez.
La operación eclesiástico-militar había sido un éxito. Pero no hubo acuerdo sobre el estado del cuerpo. Para Ara, que lo vio 24 horas después, estaba casi intacto. Para las hermanas de Evita y el doctor Tellechea, que lo restauró en 1974, estaba muy deteriorado. Perón regresó al país, pero sin el cadáver de Evita. Persistentes, los Montoneros secuestraron entonces el cadáver de Aramburu y dijeron que lo devolverían cuando fueran repatriados los restos de "la compañera Evita". Pero sería Isabelita, ya muerto Perón, la que dispondría traerlos al país.   Con el golpe militar de 1976, el cuerpo —que estaba en la quinta de Olivos— fue entregado a la familia Duarte y depositado en el panteón familiar del cementerio de Recoleta, bajo dos gruesas planchas de acero. Nadie se anima a asegurar que sea el final de una agitada inmortalidad.
*Sergio Rubin es autor de "Eva Perón: Secreto de Confesión, cómo y por qué la Iglesia ocultó 16 años su cuerpo". Editorial Lolé Lumen. Julio 2002. 

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